El litoral más secreto de Andalucía

La Costa de la Luz se extiende entre las desembocaduras de los ríos Guadiana y Guadalquivir, allí donde comienza Portugal y se extienden las hermosas tierras de Cádiz. Un viaje por las playas salvajes de Huelva.

 


La Costa de Huelva, allá por el oeste andaluz, está aprisionada entre las desembocaduras de dos ríos. Las aguas del Guadiana la ciñen por la izquierda, frente a las tierras fronterizas de Portugal, mientras que por el flanco derecho el Guadalquivir la separa de la vecina Cádiz. Entre medias, la costa de Huelva dibuja un bello arco de arena blanca, mimado por olas que traen rumores oceánicos y colombinos. En Huelva existen dos litorales. O mejor dicho: dos filosofías, o dos estéticas, o dos maneras de entender el Atlántico.

 

Existe una costa turística, poblada de urbanizaciones y hoteles, y existe una costa perdida, oculta, desconocida y, por tanto, sólo apta para viajeros. La primera se extiende, kilómetro arriba o abajo, entre la desembocadura del Guadiana y la flecha de Punta Umbría. La segunda, desde las desembocaduras de los ríos (rías ya) Odiel y Tinto y la última raya que el Guadalquivir traza por tierras andaluzas. La primera no está tan masificada como otras zonas de alta presión turística que pueblan la comunidad andaluza. Su presión humana, aún hoy, es asumible.

 

Las playas vírgenes

 

Zonas como Islantilla o Isla Canela, tan mimadas por el turismo exclusivo y de calidad, son lugares habitables y tranquilos, alejados de los grandes conglomerados urbanísticos, del hormigón, el chiringuito a pie de playa y el restaurante barato. La segunda opción es una invitación en toda regla para descubrir lo que aún queda de secreto en Andalucía. De existir algo incontaminado por la mano del hombre, apenas nombrado, desconocido y deshabitado, ajeno a su memoria y su codicia sólo podría situarse en Doñana, en el más horizontal y cuidado espacio natural protegido de España.

 

Así lucen las playas salvajes de Huelva.

Allí, frente al azote del océano, de los vientos atlánticos y las leyendas del reino de Tartessos se extiende un paraíso de 40 kilómetros protegido por bosques prístinos, dunas milenarias y arenas blancas. De Matalascañas a la desembocadura del Guadalquivir, Huelva reserva para Andalucía su último gran tesoro. A nadie prohíben verlo, pero no es posible adentrarse en vehículo. Sólo existen los pies del viajero, la mejor arma disuasoria para cualquier tentativa de masificarlo. Y es que a principios del siglo XX un arqueólogo alemán descubrió Tartessos y lo ubicó aquí, en Doñana. Lo cierto es que nada lo atestigua: apenas quedan algunos restos romanos y un puñado de torres vigías.

 

Las playas vírgenes de Doñana son un paraíso irreal. A lo largo de sus 32 kilómetros de fina y blanca arena, Doñana desciende hasta el océano para acariciar su oleaje y dejarse llevar por los vientos de este territorio extremo. El Atlántico ha ido arrastrando la tierra hasta conformar un litoral de incontestable valor medioambiental. Pasear por las playas de Doñana es uno de los mayores placeres que puede brindar este frágil rincón del sur andaluz. La bulliciosa localidad de Matalascañas ha visto crecer el turismo en los diez últimos años. Con todo, aún es posible hospedarse en hoteles ecológicos que valoran lo mucho y bueno que tienen a su alrededor.

                                                                                                                   El Mundo, Ocholeguas.com


Escribir comentario

Comentarios: 0